“Yo quiero contar mi historia”, dice Óscar Rivera; toma una pequeña banca y se sienta. Antes de empezar a hablar, pasa varias veces sus manos por el rostro, mueve su cabeza hacia atrás y se topa con las miradas de sus compañeros que parecen darle fuerza.
“Antes era ‘cobradiario’ (así se conoce en Barranquilla a la persona que se dedica a recoger el dinero de créditos informales); me iba bien pero, usted sabe, no es algo fácil eso de llegar a las casas y prácticamente obligar a la gente a que paguen lo que deben”, relató el hombre de 33 años y quien lleva 26 meses recluido en el centro penitenciario El Bosque de la capital del Atlántico.
Una noche, luego de una jornada agotadora, observó mientras bajaba de su moto que su sobrina discutía con un joven. “Noté que ella estaba llorando, dejé tirado mi casco y me acerqué a ver qué pasaba. Pero mi reacción no fue la mejor y terminé golpeando al muchacho; eso me costó la libertad”, expresó mientras frotaba sus manos insistentemente y bajaba la mirada.
Óscar, a pesar de encontrarse privado de la libertad y alejado de los suyos, encontró una motivación que lo hace sentir útil como persona. Él, junto a otros 19 reclusos, fue formado por el SENA como operario de confección industrial de ropa exterior, en el marco del convenio con el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec).
La Fundación El Bosque de la mano del SENA busca devolverles la esperanza a estas personas de vincularse en un futuro a la vida laboral, una vez hayan cumplido con el tiempo de sus condenas.
“Ahora, gracias a esta bonita entidad, sé hacer camisas, pijamas, ropa deportiva, así como bordados y prendas de bisutería. Mire, esto lo hice yo”, dice orgulloso señalando con sus dedos el logo SENA que él mismo bordó sobre la camiseta que lleva puesta.
Con lo aprendido, ahora trabaja en la Fundación El Bosque, en la que laboran tras las rejas los reclusos más disciplinados de la cárcel; de esta forma generan ingresos mensuales y por ende el sustento para sus familias.
“Por fortuna recibo una remuneración por producción aquí en la fundación y puedo mandar algo de dinero a mi casa”, aseguró Rivera.
La Fundación El Bosque de la mano del SENA busca devolverles la esperanza a estas personas de vincularse en un futuro a la vida laboral, una vez hayan cumplido con el tiempo de sus condenas.
En la actualidad la fundación cuentan con 25 máquinas planas de confección, cuatro fileteadoras, cuatro recubridoras, dos máquinas para hacer pretinas y seis bordadoras industriales. “No sé si cuando salga de acá vaya a conseguir empleo enseguida, pero la idea es que con lo aprendido en el SENA pueda montar mi propio negocio”, agregó Óscar esperanzado.
Con razones de sobra, todas las mañanas, antes de asistir al taller de manufactura del centro carcelario, se arrodilla frente a su cama y le agradece a Dios por el nuevo día. En ese instante piensa en sus cuatro hijos que viven en compañía de su segunda esposa.
“Desde el SENA, lo que buscamos es seguir construyendo tejido social, brindándoles a estas personas herramientas para que cuando se resocialicen puedan ser productivos y buenos ciudadanos; de esta manera trabajamos en la ruta de un país en paz”, dijo Jacqueline Rojas Solano, directora del SENA en Atlántico.
El año anterior, la Institución en el Atlántico formó a 1.307 reclusos en programas como Electricidad Básica, Instalaciones Domiciliarias, Manejo Adecuado de Residuos Sólidos, Mercadeo y Ventas, Salud Ocupacional, Panadería y Carpintería, entre otros.
Dionisio Calderón Sánchez, director del Centro Penitenciario El Bosque, afirmó que "el objetivo fundamental del centro penitenciario es la resocialización del interno, que ese ser humano salga renovado para llenar un espacio positivo en la sociedad. Entonces la formación del SENA juega un papel importante, para que sean gente nueva y con otra visión del mundo, totalmente al anterior de dónde venían".
De esta forma, el SENA se convierte en promotor de la resocialización, reconciliación y paz en Colombia.