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  • Bienestar

    Botas de guerra por polainas de laboratorio

    Valledupar (Cesar)
    lunes, 19 de agosto de 2013
    La historia de un desmovilizado de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) que en el proceso de reintegración conoció al SENA y se enamoro de esta Entidad, como él mismo lo describe
    Jorge Emiro se siente orgulloso de haber cambiado su vida e impartir conocimientos a los aprendices del SENA. Su pasión es la biotecnología bovina, pues con este oficio evoca su niñez campesina.

    ​Jorge creció con los sonidos de los animales y de las botas cuando pisan los caminos aún sin pavimentar. Pero el sonido más familiar era el de la aserradora de su padre, quien se dedicaba a realizar esta actividad para sostener económicamente a su familia.


    Luego, esos sonidos fueron cambiando: las balas cruzadas de una guerra infértil, arengas del grupo subversivo de las extintas Autodefensas Unidas de Colombia -al que perteneció-  y de la voz temerosa de los campesinos del sur de Bolívar.

    Lo mejor de esta historia es que tiene un final feliz, como los cuentos que les leen a los niños antes de dormir. Gracias a una magistral jugada del destino, Jorge dejó las espesas selvas del sur por los sonidos que producían el pasar de las hojas de los cuadernos en ambientes de formación y el característico olor a medicina de laboratorios del SENA. Olía a una mejor calidad de vida.

    "Con el apoyo de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) me convertí en un aprendiz SENA y lo que hoy soy y puedo hacer se lo debo a esta Entidad".​​​​



    Jorge Emiro Vega León, desmovilizado de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), dejó las armas en una desmovilización masiva del Bloque Central Bolívar en el año 2006 e ingresó al SENA como aprendiz de Biotecnología Reproductiva Bovina en el Centro Agroempresarial de Aguachica. Hoy es instructor de esa área, reconocido, respetado y admirado.

    En la mirada de Jorge hay felicidad; en el brillo de sus ojos se refleja la dicha de quien ha alcanzado el sueño de toda su vida. A los siete años soportó la separación de sus padres. "Éramos cuatro hermanos y mis papás tomaron una decisión salomónica, cada uno se llevó dos niños. Yo me quedé con mi papá", dijo.

    En la búsqueda de mejores condiciones económicas se fueron a Barranquilla sin mucha suerte. Era una ciudad donde no había espacio para aserradores.  Así que pronto volvieron a la vereda Boque, donde residían, ubicada en el sur de Bolívar. Allí su padre se dedicaba a aserrar, en una región rica en arboles maderables.

    "No teníamos las posibilidades de estudiar.  La vereda estaba muy lejos, para llegar allá había que tomar una chalupa en el puerto de Gamarra (Cesar) durante dos horas; luego llegábamos al Cerro de Burgos y tomábamos  un bote a través de la quebrada Santodomingo. De ahí  nos desviábamos hacia el río Boque, buscando la Serranía de San Lucas y finalmente llegábamos a la vereda", recordó.

    Comenzó la década de los 80 y Jorge ya tenía 14 años. Su madre, preocupada, se lo llevó a vivir a Aguachica, en Cesar, para que pudiera retomar sus estudios. Mientras estudiaba, vendía chicles y cigarrillos en las calles.

    Años después, ingresó a la Armada Nacional y se convirtió en oficial de infantería de marina; "pero mi mamá no quería que me desempeñara en esto porque lo consideraba peligroso, así que decidí terminar el servicio militar y regresar a Aguachica en 1985".

    En la llamada 'segunda ciudad del Cesar' trabajó como distribuidor de gasolina y auxiliar en una empresa de fumigación aérea. Sin embargo, pronto la vida le iba a cambiar, dejaría de trabajar honradamente para "empezar a moverme en un mundo muy bajo y enredarme en negocios turbios".

    Entre alcohol y deudas perdió muchas amistades, su casa y su reputación. Fue en ese momento, cuando su destino se proyectaba como un laberinto sin salida, que decidió ingresar a las AUC. "Por lo menos ahí podía conservar mi vida porque estaba protegido de las personas que me perseguían". Durante cinco años militó en las AUC y en 2006 se desmovilizó.  

    Al llegar el día de la desmovilización, Jorge tenía muchas expectativas porque durante cinco años había perdido contacto directo con sus seres queridos y tenía la posibilidad de resolver sus problemas jurídicos.

    En el proceso de reintegración conoció a la Entidad más querida por los colombianos y "me enamoré", como él mismo lo describe. Realizó un curso complementario en mayordomía de empresas ganaderas y luego quiso ingresar a la formación titulada, pero no era bachiller, requisito indispensable para  poder acceder a dicha formación.

    "Quedé encantado con el laboratorio y quise estudiar el Tecnólogo en Reproducción Bovina, así que en 2008 me decidí y validé el bachillerato. Con el apoyo de la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR) me convertí en un aprendiz SENA y lo que hoy soy y puedo hacer se lo debo a esta Entidad", relató.

    Instructores, compañeros y funcionarios del SENA fueron su apoyo constante. El contrato de aprendizaje en el laboratorio de Biotecnología Bovina del Centro Agroempresarial fue su tiquete de entrada al trabajo honesto, nuevamente.

    En la mirada de Jorge hay felicidad; en el brillo de sus ojos se refleja la dicha de quien ha alcanzado el sueño de toda su vida.​​​​​


    "Soy un hombre muy afortunado porque pude desarrollar mi capacitación y mis etapas lectiva y productiva en el laboratorio. Luego salió un proyecto en la misma Entidad para vincular instructores del programa Jóvenes Rurales Emprendedores. Decidí aplicar porque había hecho un buen proceso como aprendiz y como persona", recordó.

    La vida le había cambiado. Ahora las batas, guantes, microscopios, marcadores y libros eran protagonistas en su vida. Paradójicamente algunas personas a su alrededor se burlaban y no creían en su proceso, pero él siguió adelante y hoy es ejemplo para la vida.

    Sus seis tatuajes cuentan historias que quedaron eternizadas en su piel. Uno en forma de vaca representa el amor por la biotecnología bovina; otro es un pegaso, hecho en la época que militaba en la Armada. Un águila también figura en su piel y uno de los 'Thundercats' –una serie de televisión animada que veía en su niñez–, y dos más con significados privados.

    En el marco del proceso de paz, Jorge Emiro dejó un mensaje a los colombianos: "En los noticieros y en las calles se habla mucho de paz. No está en manos del Estado, está en manos de todos: desde nuestro sitio de trabajo, desde nuestro hogar, cuando criamos a nuestros hijos, en cada cosa que hacemos".

    Hoy la gente lo mira con admiración y lo respetan como docente. De él se destaca  la pasión por el trabajo y la comprobación del viejo adagio: el que persevera, alcanza.

    LCA/fdo/agf
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