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    José de la Cruz Acevedo Hurtado, el aprendiz 001 del SENA

    Bogotá
    viernes, 21 de junio de 2013
    Hace 56 años un joven boyacense de 21 años recibió su título de bachiller por correspondencia; lleno de sueños y ganas de salir adelante comenzó a buscar una oportunidad que le permitiera aprender
    José de la Cruz Acevedo Hurtado
    Este es el carné que acredita a José de la Cruz Acevedo como el primer aprendiz del SENA. En 1987, durante la conmemoración de los 30 años de la Entidad, recibió formalmente este reconocimiento.

    Hace 56 años, José de la Cruz Acevedo Hurtado, un joven de 21 años del municipio de Monguí (Boyacá), recibió su título de bachiller por correspondencia; lleno de sueños y ganas de salir adelante comenzó a buscar en medio de sus limitaciones económicas una oportunidad que le permitiera aprender un oficio que le garantizara un futuro mejor.

    Yo no tenía los recursos necesarios para ingresar a una Universidad; en esa época un semestre podía llegar a costar un millón de pesos. Por esos días escuché en la televisión que llegaba a Colombia el Instituto Nacional de Capacitación Obrera, o SENA, y que iba a funcionar en la facultad de Derecho de la Universidad Nacional”, asegura.

    Su matrícula fue la primera que se tramitó en la Seccional Cundinamarca del SENA, razón por la que recibió el carné que hoy acredita como el aprendiz 001 de la Entidad.​​​​

    Luego de mucho pensarlo, en septiembre de 1958, don José realizó los trámites necesarios para inscribirse en un curso de Electromecánica que ofrecía el recién creado Servicio Nacional de Aprendizaje. 
    Su matrícula fue la primera que se tramitó en la Seccional Cundinamarca, razón por la cual recibió el carné que hoy acredita como el aprendiz 001 de la Entidad.

    José asegura que, desde su fundación, la prioridad del SENA fue la formación para el trabajo; por esa época trabajar era un requisito indispensable para empezar a estudiar. Consiguió su primer trabajo en Icasa –un almacén de artículos para el hogar y electrodomésticos–; así comenzó su carrera como ayudante raso de mantenimiento.

    Como la electromecánica tenía mucho que ver con todas las tareas que venía desarrollando en Icasa, finalmente me decidí por ese programa, y así fue que arranqué a estudiar”, dice.

    Cada mañana cuelga en la solapa de su saco un pequeño prendedor que, durante su segundo semestre en el Técnico Central, lo identificó como aprendiz del SENA.​​​

    Sin embargo, reconoce que combinar sus estudios con las extenuantes jornadas laborales no fue tarea fácil: “Yo entraba a trabajar a las 6 de la mañana y salía a las 5 de la tarde. Las clases en el SENA arrancaban a las 6 de la tarde y por lo general llegaba a mi casa a las 11 de la noche y tenía que madrugar al día siguiente”.

    Con cada curso don José recibía las cartillas, lápices y libretas necesarios para estudiar. Cada tarde, después de salir del trabajo, una ruta del SENA lo recogía y lo llevaba a las instalaciones de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, donde recibió sus primeras clases.

    El aprendiz 001 asegura que las clases eran muy exigentes; de los 72 aprendices que iniciaron el curso de Electromecánica solo 40 lo aprobaron.

    Una de sus compañeras estuvo a punto de perder su grado por un error durante un examen: “En la última evaluación de Seguridad Industrial, que nos hicieron para graduarnos, un profesor de apellido Silva le puso una prueba elemental: tajar un lápiz; al ver que comenzó a manipular la cuchilla en dirección a su cuerpo, no la dejaron aprobar el curso. Todos los compañeros tuvimos que pedirle al profesor que la dejara pasar”.

    Después de 13 años de esfuerzo y dedicación, don José obtuvo dos títulos en el SENA, el primero en 1960 como Electricista y el 30 de abril de 1971 se graduó como técnico de Supervisión.

    Trabajé durante diez años en Icasa. Fui la primera persona que comenzó a instalar equipos para esta compañía. Gracias a mis conocimientos pasé de ser ayudante a jefe de un grupo de mantenimiento”, cuenta. 
    José trabajó también en General Electric y, finalmente, llegó a Industrias Volvo; allí trabajó durante 30 años, hasta que en 1987 recibió su pensión. “Duré dos meses como electromecánico y luego me ascendieron a jefe de la división de mantenimiento”, afirma.

    Hoy, José de la Cruz solo tiene sentimientos de gratitud para el SENA: “Mi formación me permitió cumplir con mi rol como jefe de familia; mis dos hijos ya son profesionales y gracias a Dios todos salimos adelante”.

    Cada mañana él cuelga en la solapa de su saco un pequeño prendedor que, durante su segundo semestre en el Técnico Central, lo identificó como aprendiz de la que es hoy la entidad más querida por los colombianos. En su billetera también guarda unas pequeñas réplicas plastificadas de los dos diplomas obtenidos en el SENA.

    Hoy, a pesar de estar pensionado, continúa ejerciendo algunas de las habilidades que aprendió en la Entidad. “De vez en cuando reparo equipos médicos o cualquier máquina; ayer, por ejemplo, ayudé a un vecino que no pudo acomodar unas instalaciones eléctricas”, manifiesta.

    Don José asegura que el SENA es una máquina de sueños para miles de jóvenes que, como él, solo buscan una oportunidad para ser productivos y salir adelante. 

    MFM/agf​
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